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Nicolás Olea. Catedrático de la Facultad de Medicina/Universidad de Granada y Facultativo Especialista en el Hospital Universitario Clínico S. Cecilio de Granada. Además, es socio fundador de Alimentta, think tank para la transición alimentaria.
Microplásticos y nanoplásticos son fragmentos de polímeros orgánicos que conocemos con el nombre genérico de “plásticos”. Estos provienen, en su mayoría, del petróleo y otros combustibles fósiles. Microplásticos y nanoplásticos, ya sea en forma de partículas o fibras, acceden al organismo, principalmente, por vía respiratoria y por vía digestiva al encontrarse en el aire, agua y en los alimentos contaminados. Una vez allí, traspasan las barreras, supuestamente impenetrables, y se distribuyen por la sangre a diferentes órganos y tejidos, habiéndose encontrado en la placenta y en la leche materna.
Con objeto de situar el problema en su justo punto, y como hemos visto también recientemente durante unoconcinco, encuentros de la alimentación sostenible, es conveniente saber algo más sobre la cantidad de plástico que ingerimos y por qué nos preocupan estos fragmentos diminutos de plástico.
Hace ahora seis años que la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) destacó la presencia de microplásticos en alimentos de origen marino en número que variaba entre 200 y 7000 partículas por kg de crustáceo o pescado. Desde entonces se han documentado en miel (40-660 fibras/kg), azúcar (217 fibras/kg) y sal (0-19.800 partículas/kg). Desafortunadamente carecemos de estudios sistemáticos de los principales grupos de alimentos para estimar valores medios de contaminación. No obstante, fragmentos de todos los tipos comunes de plástico (PET, PS, PE, PU, PVC, PP y PMMA) se han descrito en los alimentos y se han relacionado con la producción, envasado y procesado de la comida.
El agua es también fuente de exposición. Tanto en el agua del grifo como en la embotellada se encuentran partículas de plástico, siendo el agua embotellada en plástico la que contiene las mayores concentraciones de partículas (hasta 10.000 partículas/L), muy superiores a las encontradas en agua del grifo que no pasan de 60 partículas/L. Si una persona bebiera exclusivamente agua embotellada ingeriría 90.000 partículas/año, frente a sólo 4.000 partículas/año para alguien que sólo beba agua del grifo.
Las mayores cantidades encontradas en el agua embotellada se asocian con las características del envase de plástico, pero no se descarta el proceso de llenado en la embotelladora o el tapón de plástico ya que se encuentran hasta 50 partículas/L en el agua embotellada en vidrio. Además del agua del grifo y embotellada, varios estudios han reportado la presencia de plásticos en bebidas tan variadas como la cerveza (Alemania, 10-256; EE.UU, 0-14; México, 0-28 partículas/L), vino (Italia, 2.563.-5.857 partículas partículas/L) o refrescos (11-40 partículas/L).
Un estudio canadiense informó que las nuevas bolsitas de infusiones, tipo piramidal, pueden liberar hasta 12.000 millones de partículas por taza, cuando para su correcta preparación se calienta a 95 °C. Por el momento, no es posible la comparación directa de los diferentes estudios que han abordado la presencia de plásticos en el agua y en bebidas ya que las concentraciones varían en varios órdenes de magnitud debido a los diferentes enfoques analíticos utilizados.
Los plásticos son polímeros complejos formados por unidades elementales o monómeros, algunos de los cuales son estudiados por su toxicidad. Ejemplo paradigmático es el discutido bisfenol-A (BPA) que como monómero del policarbonato se emplea en garrafas de agua y en las resinas epoxyi que aún recubren las latas de conserva. Europa le acaba de llamar la atención a España por ser ambiciosa en su regulación sobre envases de plástico, pero veremos cómo al final el BPA se dejará de usar en cualquier envase alimentario en la UE.
Los plásticos también contienen aditivos que confieren al polímero características peculiares, casi milagrosas: Los ftalatos flexibilizan al PVC hasta convertirlo en un par de guantes de vinilo; los polibromados protegen la ropa de la ignición, o los perfluorados repelen las manchas de grasa... Son los pequeños milagros del siglo XXI que los partidarios de la innovación a cualquier precio claman en los spots publicitarios.
En resumen, los microplásticos de tu dieta pueden incorporar a tu organismo algunos de los más de 10.000 productos químicos que se utilizan como monómeros y aditivos en la fabricación de los plásticos, de los cuales más de 2.400 han sido identificados como sustancias preocupantes por su toxicidad, por su persistencia o por su difícil degradación. La interferencia con el sistema hormonal o disrupción endocrina, es un mecanismo habitual de toxicidad de monómeros y aditivos.
Pero es que aún hay más. Durante su paso por el medioambiente, los plásticos se degradan en cierta medida, más bien poco, pero, sobre todo, se fragmentan. Esos fragmentos abandonados, por ejemplo, en el medio marino, pueden servir como núcleo de depósito de otros contaminantes ambientales de difícil degradación que se incorporan como adheridos.
Es frecuente leer que los plásticos han incorporado hidrocarburos aromáticos policíclicos (PAH), metales pesados y compuestos orgánicos persistentes (COPs), como los pesticidas organoclorados y los bifenilos policlorados o PCBs, que pueden alcanzar concentraciones en el plástico hasta un millón de veces superiores al medio acuático en que se desenvuelven.
De esta manera, estos plásticos se convierten en transporte de otros contaminantes que se han incorporado a los plásticos ambientales de forma casual; este fenómeno añade complejidad a la reutilización de los materiales recuperados del medioambiente ya que dificulta la certificación de su inocuidad dentro del contexto de la economía circular y el fin de la condición de residuo de nuestras basuras.
Por último, uno de los fenómenos que está cobrando más importancia en relación con la toxicidad de los microplásticos es el hecho de que son rápidamente colonizados por comunidades microbianas, lo cual los convierte en vectores de la colonización y diseminación de bacterias, virus y hongos patógenos, tanto en el ambiente como entre los seres vivos. Se ha acuñado el término plastisfera para referirse a ecosistemas que han evolucionado para vivir en entornos hechos de plásticos producidos por humanos. Curiosamente, se ha comprobado que la biodiversidad de organismos adheridos es cambiante a lo largo del tiempo y es diferente entre las distintas regiones, incluso entre comunidades circundantes.
En resumen, cuando estos fragmentos de plástico alcanzan el organismo humano a través del sistema digestivo, los hasta ahora considerados inertes pedacitos de plástico, se convierten en auténticos caballos de Troya, incorporando al interior de tu intestino compuestos químicos tóxicos –monómeros, aditivos y adheridos- y gérmenes muy variados-. Como los aqueos debieron de decirle a los troyanos, cuidaros de los regalos envenenados.