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Hablamos del diagnóstico de la obesidad sobre una evaluación morfofuncional: la comprensión de la enfermedad más allá del IMC con el Dr. Ignacio Sajoux, director científico de PronoKal.
Cuando pensamos en la pérdida de peso o estamos ante un proceso de tratamiento para adelgazar, lo primero que nos viene a la cabeza, como una especie de meta o fin último, es el objetivo de peso al cual nos hemos propuesto llegar; un objetivo que popularmente se ha conocido como peso ideal o peso objetivo, pero… ¿es este el único elemento que debemos considerar? Mi respuesta es que no.
Tener un objetivo y asumir la responsabilidad y el compromiso para lograr un estado mejor o deseado es fundamental en cualquier proceso de cambio; por supuesto, también en el tratamiento del exceso de peso, donde se trabaja el cambio de hábitos, la adquisición de nuevas rutinas y pautas, o una mayor concienciación de nuestra relación con la comida. Por tanto, el objetivo tiene que existir y puede ir modulándose a lo largo del camino, pero no solo como una cifra de peso o un número en la báscula.
Para entender esta respuesta, es necesario remontarnos a la definición que hizo la Organización Mundial de la Salud (OMS) con respecto al sobrepeso y la obesidad.
En el año 2000, este organismo definió el sobrepeso y la obesidad como enfermedades crónicas que se caracterizan por una acumulación excesiva o anormal de grasa, lo que puede tener graves consecuencias para la salud de las personas. Por ejemplo, cardiopatías, diabetes tipo 2, aumento del riesgo de padecer algunos tipos de cáncer, así como afectar a la calidad de vida en general, como el sueño o la movilidad, entre otras. A pesar de que ya había pruebas más que evidentes de sus consecuencias, solo unos pocos años antes, la OMS reconoció la obesidad como una enfermedad epidémica no transmisible, de carácter multifactorial, esto es, como enfermedad compleja con múltiples causas y también consecuencias.
Con respecto a su diagnóstico, uno de los parámetros que más se ha utilizado es el denominado índice de masa corporal (IMC), que se calcula a través de una fórmula que tiene en cuenta las variables antropométricas de peso y estatura: peso (kg)/ estatura2 (m2). También ha ayudado la medición adicional del perímetro de cintura.
Según esta fórmula y en función del resultado, se podría determinar que una persona entre 18,5 y 24,9 de IMC está en normopeso; entre 25 y 29,9 de IMC está en sobrepeso; y más de 30 de IMC se clasificaría como obesidad, a partir del cual se determinan diversos grados.
Sin embargo, desde hace ya algunos años a nivel internacional, y de rabiosa actualidad en nuestro país con la publicación de la Guía GIRO, - Guía española del manejo integral y multidisciplinar de la obesidad en personas adultas, promovida por la SEEDO -, se está abogando por promover un diagnóstico de la obesidad basado en una evaluación morfofuncional, en la que las medidas antropométricas se complementen con los estudios de composición corporal (tejido graso y magro) y de fuerza y función muscular.
El impulso a este tipo de diagnóstico significa, por tanto, ir dejando atrás el enfoque basado únicamente en el IMC y el peso, para completarlo con otros parámetros que nos permitan determinar, como profesionales dedicados y expertos en su tratamiento, una mejor comprensión del estado de salud del paciente y de sus necesidades.
Tener en cuenta la composición corporal y los cambios de estilo de vida son la clave fundamental para el tratamiento de esta enfermedad que cada día afecta a más personas. Según esta guía, y aplicado a la práctica clínica diaria, el abordaje integral y el uso de tratamientos que permitan perder grasa y preservar la masa muscular es, sin ninguna duda, la mejor estrategia para abordar a nuestros pacientes.
Comprender mejor la situación de la persona y adaptar el tratamiento a sus necesidades es otro de los elementos clave que ayudan al éxito y que no podemos obviar.
Actualmente, existen numerosos tratamientos y soluciones para tratar el exceso de peso y sus comorbilidades asociadas, pero en todas las guías de actuación se señala que es innegociable partir siempre de la base: la incorporación de un estilo de vida saludable, que incluya un plan nutricional pautado por un experto, actividad física regular y técnicas conductuales para ayudar en la motivación y el cambio. Cuando esto ya no es suficiente, hay que buscar otras soluciones de carácter farmacológico o intervenciones quirúrgicas, pero siempre respetando estos niveles graduales de actuación terapéutica.
Todas estas razones planteadas son las que permiten entender por qué en PronoKal, empresa de la que formo parte y que ofrece programas personalizados con apoyo profesional para ayudar a las personas a perder y mantener el peso, hace años que acuñamos el concepto de peso saludable.
Nuestra propuesta, tal y como se propone en los protocolos de actuación, es que la persona trate su exceso de peso desde el cambio en el estilo de vida, con el apoyo de expertos, con una pauta nutricional ajustada a sus necesidades y con la incorporación de actividad física específica, pudiendo perder peso a expensas de la grasa, mientras se mantiene la masa muscular. Es lo que se denomina una pérdida de peso de calidad.
Poco a poco, organismos y sociedades científicas, profesionales y empresas especializadas estamos entendiendo que el número de kilos ya no es lo más importante, sino que la persona pierda el peso de manera eficiente, obteniendo resultados de la forma más optimizada posible, mientras mejora su estado de salud y su bienestar para una mayor calidad de vida.
Resulta esencial entender que estamos iniciando una carrera de fondo en donde el éxito no es perder kilos, sino ganar salud.